El 2 de agosto de 2013 se publicó en el Boletín Oficial, el texto de la ley Nº 26.870 que declara al Vino Argentino como la Bebida Nacional. Argentina es el primer país vitivinícola en conseguir esta declaración que resalta el valor cultural de nuestra bebida y su rol importante en la identidad nacional.
La promulgación de esta ley representa beneficios directos al vino y a toda la cadena vitivinícola y productos de la industria.
Los fundamentos de la ley también resaltan la revalorización de los recursos humanos asociados a la producción desde el viñedo hasta la comercialización y la presencia de vinos argentinos en todas las representaciones diplomáticas argentinas en el exterior.
Esta Ley Nacional contempla:
- Difusión de las características culturales que implica la producción, elaboración y consumo de vino argentino y sus tradiciones.
- Promoción de la imagen e isologo del Vino Argentino Bebida Nacional en todo tipo de eventos oficiales en el país y en el exterior.
- Identificación de toda la gama de vinos con un isologo o texto común.
- Promoción del desarrollo de las economías regionales a partir de acciones relacionadas con actividades de servicios vinculadas al sector vitivinícola.
- Presencia del Vino Argentino en eventos oficiales del cuerpo diplomático y consular.
- Presentación de los numerosos, diversos y maravillosos paisajes vitivinícolas de nuestro territorio nacional.
- Revalorización de los recursos humanos asociados a la producción desde el viñedo hasta la comercialización.
El contexto y la coyuntura marcan el pulso de toda actividad económica, mucho más en lo relativo a economías regionales como es el caso de la vitivinicultura. En estos tiempos, como punta de iceberg, ven la luz algunos importantes resultados producto del Plan Estratégico Argentina Vitivinícola: una Ley reconoce al Vino Argentino como Bebida Nacional.
Este hecho no cambia el contexto, pero modifica fuertemente el futuro del vino. Lo afirma como alimento que se consume de manera responsable en el seno familiar, lo provee de una marca abarcativa, amplia y de todos que expresa la importancia de la mesa compartida para los argentinos; lo convierte en el mejor embajador que puede tener nuestro país.
Entendemos el vino argentino, sobre la base del alimento, el consumo responsable, el consumo en los momentos donde hay un disfrute familiar, pero además bajo la premisa de que el trabajo de miles de productores sostiene cada brindis.
Resultado del trabajo de muchas manos, el Vino Argentino Bebida Nacional es Ley.
Una bandera argentina flameará en todas las mesas del mundo donde se comparta un vino argentino. ¡Salud!
Favorecida por óptimas condiciones climáticas y de suelo, esta actividad manifiesta un acelerado y sostenido desarrollo, mejorando sus estándares cualitativos tanto en el sector primario como en el industrial, dando lugar a una actividad económica crecientemente sustentable, respetuosa del medio ambiente y de gran importancia social y económica para todas las provincias productoras.
Se trata de una actividad económica distribuida en varias zonas argentinas, la cual se extiende al pie de la Cordillera de los Andes a lo largo de 2.400 kilómetros, entre los 22° y 42° de Latitud Sur, desde Salta hasta Río Negro. Cuenta, por ello, con una gran diversidad climática y de suelos que convierten a cada región en un terruño único.
El vino evoca una modalidad cultural de consumo moderado, heredado, en parte, por la tradición europea responsable de la incorporación de este cultivo, y consolidado a partir de hábitos sociales propios de la cultura y la identidad argentinas, arraigadas en el ámbito familiar y de la amistad, donde la moderación y el control social se aúnan con el disfrute.
A partir de la década del ‘90 se inició un proceso de reconversión con la implantación de variedades de alta calidad enológica, tales como Malbec, Bonarda, Cabernet Sauvignon, Syrah, Merlot, Tempranillo, Chardonnay y Sauvignon Blanc, entre otras, generando materia prima adecuada para la elaboración de vinos de gran calidad. Ese proceso de reconversión en viñedos ha sido acompañado por la incorporación de tecnología en las etapas de producción, elaboración y comercialización, de la mano de recurso humano calificado y que, en todos los casos, ha contado con una fuerte apuesta a la industria nacional y a la mano de obra calificada local.
Estos procesos de reconversión primaria y tecnológica han integrado a la actividad a una mayor cantidad de pequeños y medianos productores, permitiendo que la vitivinicultura argentina se caracterice por ser un modelo de convivencia entre productores de diversas escalas, donde la búsqueda de la viabilidad económica de todos estos actores es un factor de fortaleza y diferenciación ante otras vitiviniculturas altamente concentradas.
Argentina posee una superficie cultivada con vid de 228.575 hectáreas, lo que representa el 3 % de la superficie mundial y posiciona al país en el quinto lugar como productor de vinos en el ranking global.
Nuestro país no solo es productor, sino que, por tradición y cultura, es un gran consumidor de vino, ocupando el séptimo lugar a nivel mundial en consumo per cápita, con alrededor de 20 litros anuales por persona. Gracias a este proceso de internacionalización, los vinos argentinos han logrado posicionarse entre los principales mercados del mundo.
De esta manera, el vino argentino es un honorable Embajador en el Mundo y enorgullece a los argentinos que beben en el mercado doméstico los mismos vinos que se exportan y que prestigian al país en todos los continentes. Por su alto valor agregado, por su gran calidad, su variada oferta, sus características cualitativas y su buena relación precio y calidad, el vino argentino compite en los mercados tradicionalmente consumidores de vinos con otras regiones productoras.
El vino, fruto de la viña y del trabajo del hombre, no es sólo un bien de consumo, sino también un valor de nuestra civilización, y un elemento básico de la identidad argentina que contribuye al sustento socioeconómico en las provincias del Oeste argentino.
Es un producto alimenticio de consumo masivo que, por sus cualidades nutricionales comprobadas, integra la canasta básica familiar de diferentes grupos sociales, culturales y económicos del país. Además, sólidas investigaciones realizadas en Argentina y de referencia internacional –reconocidas por la comunidad científica mundial- demuestran que la capacidad antioxidante propia de los vinos se ve potenciada en los vinos argentinos, lo que los ubica en las listas de los considerados vinos saludables del mundo.
Este hecho no cambia el contexto, pero modifica fuertemente el futuro del vino. Nos protege de posibles legislaciones restrictivas, nos afirma como alimento que se consume de manera responsable en el seno familiar, nos provee de una marca abarcativa, amplia y de todos que expresa la importancia de la mesa compartida para los argentinos, nos erige en el mejor embajador que puede tener nuestro país.
Resultado del trabajo de muchas manos, el Vino Argentino Bebida Nacional es Ley.
El uso del vino como medicina aparece en la primera Farmacopea de la historia, la Sumaria, en la Mesopotamia (Nippur), en una tablilla de arcilla escrita con caracteres cuneiforme, 2100 años antes de Cristo (A.C.).
Hipócrates (460-370 A.C) utilizó el vino como diurético, antiséptico, sedante, y disolvente tal como se describe en su texto médico «Régimen».
Durante siglos la relación entre esta bebida y la salud continuó, y los médicos de diferentes épocas históricas seguían recomendándolo como un remedio, pero todo esto se basaba en observaciones empíricas, en el método de prueba y error, y en seguir lo que para lo mayoría de los pacientes resultaba provechoso.
Estudios desarrollados hace más de 20 años pusieron de manifiesto que los países de la cuenca mediterránea europea, tenían un menor porcentaje de infartos de miocardio y una menor tasa de mortalidad por cáncer que la población mundial. En busca de las causas, se llegó a la conclusión que la “dieta Mediterránea” tenía un papel fundamental, ya que se basa en la ingesta de aceite de oliva, frutas, pastas, arroz, legumbres, pescado, pan integral y consumo moderado de vino.
Un ejemplo específico es la llamada “paradoja francesa”. Francia es un país caracterizado por consumir en su dieta alta cantidad de grasas saturadas. A raíz de esto, se esperaría una alta tasa de mortalidad por enfermedades cardiovasculares. Sin embargo, las estadísticas indican que tiene un 40% menos mortalidad por esta causa, que otros países industrializados. Esta paradoja se apoya en los resultados del estudio de la Organización Mundial de la Salud, que mostraron que la ingesta de cantidades moderadas de vino tinto (200-300 ml/dìa), sería responsable de la baja incidencia de patologías coronarias en Francia. Posteriormente se demostró que el vino blanco ofrece los mismos beneficios.
El vino contiene, aproximadamente, 1000 sustancias. De ellas las más importantes para la salud, son los polifenoles. Los vinos argentinos poseen una buena capacidad antioxidante, lo que refuerza la recomendación de incluir el consumo responsable de vino en la dieta saludable.
El consumo moderado de vino (1-2 vasos al día) tiene múltiples efectos bioquímicos y celulares benéficos para el sistema cardiovascular, ya que ejerce una protección sobre las células y los anillos de la aorta. Se ha podido establecer que quienes beban en forma moderada tienen menor riesgo de padecer problemas cardiovasculares.
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